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Victoriano Lorenzo y el festín de las balas

  • Foto del escritor: Los Pastorcitos de Fátima
    Los Pastorcitos de Fátima
  • 12 may 2021
  • 4 Min. de lectura

Por. Carlos Iván Zúñiga (1926-2008)


"A las 5:00 de la tarde del 15 de mayo de 1903, un pelotón de fusileros integrado por 12 soldados ejecutó la tercera descarga sobre el cuerpo del guerrillero liberal. Fueron tres las descargas asesinas. Fueron 36 balazos los que recibió ese cuerpo desmirriado, pequeño, sin carnaduras que impidieran el libre pasó del plomo mortal. Los verdugos no quedaron con duda alguna: todos a una lo mataron. A diez pasos de distancia, los rifles apuntaban al corazón de Lorenzo."


Una carreta vieja, sucia, en ruinas, era arrastrada penosamente por una bestia de tiro. A su paso solo encontraba miradas de temor. La carreta llevaba un par de prisioneros espantados, con el espíritu sobrecogido. En el piso, sin caja funeraria, sin frazada alguna, sin mortaja, sin siquiera un ordinario saco de henequén que lo cubriera, yacía muerto Victoriano Lorenzo.


A las 5:00 de la tarde del 15 de mayo de 1903, un pelotón de fusileros integrado por 12 soldados ejecutó la tercera descarga sobre el cuerpo del guerrillero liberal. Fueron tres las descargas asesinas. Fueron 36 balazos los que recibió ese cuerpo desmirriado, pequeño, sin carnaduras que impidieran el libre pasó del plomo mortal. Los verdugos no quedaron con duda alguna: todos a una lo mataron. A diez pasos de distancia, los rifles apuntaban al corazón de Lorenzo. Ninguno falló un solo tiro. Hasta el tiro de gracia lo dieron en gavilla.

Ninguno tenía bala de salva. En esa ejecución se contravinieron los ritos tradicionales que enseñan que los verdugos creen que uno de ellos carece del proyectil mortal. Todos tenían completas las cápsulas asesinas. ¡12 fusileros y 3 descargas! Total, 36 perforaciones. Solo el cuerpo de Rubén Miró superó en barbarie el festín de las balas.


Después de la tercera descarga, la cabeza de Lorenzo se inclinó sobre su lado izquierdo como buscando la protección de su corazón o como buscando en su corazón el sudario que le negó el principal verdugo metido en casaca de general.


Los amigos de Lorenzo pidieron el cadáver al alcalde. Lo querían llevar al cementerio dentro de una caja funeraria. Le querían dar cristiana sepultura. El alcalde consintió, pero el jefe militar lo prohibió. Siempre la orden militar sobre la voluntad civil imponiendo lo abyecto, lo inhumano. Nada de cajas ni de carros fúnebres: del patíbulo a la “huesa común», sin una flor, sin un adiós, exactamente como 67 años después lo hicieron con Floyd Britton en Coiba, luego que una paliza le reventó el miocardio del corazón, el miocardio del alma, el miocardio de la vida.


De pronto ocurrió lo que se temía como posible. El 13 de mayo de 1903, el general Pedro Sicard Briceño, comandante militar de Panamá y Bolívar, llegó a la capital del istmo procedente de Bogotá. El día siguiente, 14 de mayo, Sicard Briceño ordenó que Lorenzo fuera sometido a un Consejo de Guerra. A la 1:00 de la tarde de ese día, se fijaron los carteles reglamentarios anunciando el Consejo.


El 24 de julio de 1903, el notable periodista José Sacrovir Mendoza dio a la publicidad el número 85 de El Lápiz, semanario liberal editado en la ciudad de Panamá. La edición estuvo dedicada al fusilamiento de Lorenzo. Mucho de lo que aquí digo lo tomé de esa edición extraordinaria. Una vez que el general José Vázquez Cobo, jefe militar de la ciudad, se enteró de la publicidad de El Lápiz, ordenó al coronel Fajardo y al general Restrepo Briceño que allanaran, destruyeran y empastelaran la imprenta. La misión fue cumplida y, además, el director Mendoza fue brutalmente flagelado.


Como la historia se repite en la espiral del garrote, en la década de 1980, el diario La Prensa y las emisoras Radio Mundial y antes Radio Impacto, fueron destruidas, empasteladas y sus dueños o representantes, Eisenmann, Zúñiga hijo y Quirós, fueron en alguna ocasión exiliados o flagelados por orden de los militares herederos de una vieja tradición de intolerancia.


Victoriano Lorenzo y el festín de las balas

Ese ejemplar de El Lápiz del 24 de julio de 1903, hoy en mis manos gracias a la amabilidad de los historiadores Carlos A. Mendoza y Mario Molina, es una joya histórica. No solo relata los detalles del ajusticiamiento de Victoriano Lorenzo, sino que vierte pinceladas desconocidas de la personalidad del guerrillero coclesano. Lucas Caballero, notable hombre público colombiano, dice de Lorenzo que “la prensa universal publicó varias veces su retrato, se ocupó constantemente de su campaña, atribuyéndole reales o fantásticas hazañas”. Agrega: “la vivísima imaginación de los pueblos de la costa hizo de él un personaje de leyenda”. Termina: “era susceptible a los buenos estímulos”, “en la campaña que dirigió Herrera mantuvo una correcta conducta”, y “era humilde, insinuante y sagaz”.


El fusilamiento de Lorenzo es un episodio indigno de nuestro país cuando era parte de Colombia. Fue en su hora una ejecución anacrónica propia, tal vez, de un tiempo ido porque prolongó los desvaríos sangrientos de la guerra a un escenario de paz. Ese desvarío sanguinario dirigió el brazo vengativo de Pedro Sicard Briceño e hizo posible que aquella noche del 15 de mayo de 1903, una carreta desvencijada y sucia llevara a una fosa común a un hombre desprovisto de mortaja y de una caja funeraria, con 36 perforaciones mortales en su cuerpo. Para mayor dolor e irreverencia, en un recodo del camino el cuerpo de Lorenzo cayó de la carreta al pavimento, tiñendo de sangre nuevamente la tierra que marcó su vía crucis.


“En esa ejecución se contravinieron los ritos tradicionales que enseñan que los verdugos creen que uno de ellos carece del proyectil mortal. Todos tenían completas las cápsulas asesinas”.


Ese ensañamiento en perjuicio de Victoriano Lorenzo y esas fosas comunes y todas las “huesas comunes” que alguna vez causaron demencial gozo a los sepultureros, “las repugna siempre”, como afirmó Lucas Caballero, “la conciencia y el sentido moral de la nación”.

En verdad, Victoriano Lorenzo fue víctima del odio y del festín de las balas.

Publicado originalmente el 21 de julio de 2001.

 
 
 

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